Reseña: Sobre Anónimos cuánticos atrapados

Hay exposiciones que se ven obligadas a adaptarse a las exigencias del espacio íntimo de la sala, exposiciones que se someten discretamente de modo que el público asistente puede permitirse juzgar el espacio para la reflexión, exposiciones en que unas obras subyugan a otras y aportan puerta abierta a los juicios jerarquizados de valor. En este caso, son las propias imágenes las que amenazan desbordar el espacio de la sala en un festival de colores, de líneas y sobre todo, de emociones. El espectador se ve rodeado por arte, exquisito arte como el que nos muestra este pintor. Las líneas trazadas son totalmente limpias y con diferente grosor, no interfieren, caminan paralelas entre sí como nuestra memoria ante los rostros que nos salpican a diario y nos recuerdan a otros seres de forma fragmentaria. Todos nos parecemos a todos y todos somos energía, todos somos proyecciones de energía cuántica, incluso los no existentes.

El artista nos invita a reflexionar sobre los infinitos parámetros del reconocimiento del yo ante la otredad. Las posibilidades de percibir diferentes rostros en la vida cotidiana son infinitas y nuestro yo permanece inalterable con las condiciones que nosotros nos trazamos en nuestros límites de nuestra propia proyección (es decir, este Dasein tan proclamado por las teorías del ser de Martin Heidegger). Para ello recurre a esas líneas que atraviesan los límites de los formatos y marcan diferentes ritmos visuales a la mirada, dependiendo del color y de su marco de influencia. Son cabezas anónimas, cabezas que nos sugieren todas las combinaciones plásticas posibles, sea entre planos, entre líneas, entre fondos y figuras. Visitar una exposición de estas características significa un aldabonazo en la memoria visual porque no es posible que los límites expresivos queden marcados en las apreciaciones del espectador una vez que haya abandonado la sala. Por tanto, la propuesta de Unamuno no se queda en la amenaza física del desborde de las imágenes respecto al espacio sino también acecha a la memoria del espectador que a la vez se siente actor de una experiencia que vive a diario y sin embargo, hasta el momento no se ha percatado de las enormes posibilidades estéticas que propone este artista a tener muy en cuenta.

Esta exposición, planeada y trabajada durante dos años, según confesión personal del autor, oscila entre tres series cuyas fronteras aparecen difusas entre sí: “Cabezas cuánticas”, “Anónimos” y “Atrapados”. La primera serie está relacionada con el uso de las líneas de diverso grosor y colorido que nos recuerda que nuestra percepción de las imágenes está subyugada a un proceso sináptico de los millones de fotones que quedan impresionados en nuestra retina al percibir estos rasgos de energía cuántica. Fotones que se traducen a través de nuestras neuronas y nuestro razonamiento empírico de las imágenes, improntas que nos trasladan a la traducción de imágenes paralelas, acaso realidades paralelas.

La siguiente “Anónimos” alude a todos nosotros, a la huella que estampamos como impresiones en la retina antes que seres, expresiones como vestigios con estelas en formas sin cerrar, colores como ramalazos híspidos, texturas a las que amenaza el silencio escrutador. Obras sobre papel, todas del mismo formato que pueden verse como independientes y a la vez, copartícipes de la tautología conceptual que sugiere el mosaico que llena la pared con sus presencias. Cabezas como señas de identidad, como retazos para la memoria, acaso selectiva, acaso caprichosa.

En cuanto a la tercera serie “Atrapados”, el autor nos recuerda que todos podemos ser vigilados por un sistema que se puede interpretar paralelo al famoso Gran Hermano de la vaticinadora novela “1984” de George Orwell. Se trata de cabezas con un número de serie asociado como ocurre con las fichas policiales o como los prisioneros de guerra en cualquier conflicto armado que se precie. Consiste en la denuncia de la anulación del individuo como microcosmos propio y cosificación del propio ente. Todas estas obras están dispuestas en rectángulos del mismo formato guardando equidistancia entre ellos e inscritos en otro gran rectángulo que desborda la propia pared expositiva.

Cabe felicitar al artista Miguel de Unamuno y a la comisaria del proyecto, Corina de Sousa, por la audacia de la propuesta. Al galerista por el préstamo del espacio y a todos los participantes para que este sueño haya sido hecho posible.

LA MUJER NO EXISTE, SÓLO EXISTE UNA CADA VEZ, Proyecto audiovisual.

Esta exposición en Wilko Art Gallery aparece complementada/completada por la propuesta del grupo Conjuntas P-r-y-c-t-s. Se trata de un vídeo destinado a explorar nuevas posibilidades expresivas y artísticas empleando el propio cuerpo, el tiempo correlativo al movimiento y a la duración del evento y el espacio de encuadre por donde los personajes actuarán en su reivindicación interactiva con los elementos escogidos. En este caso, se nos ofrece un enfoque frontal con fondo blanco, la importancia de la sombra, las actuantes, todas vestidas de negro y diversos elementos como diagramas, ecuaciones, axiomas, bajo el lema lacaniano que proclamaba la inexistencia de la mujer por sintetizarla en un concepto por encima de la realidad. Alude claramente a la preocupante tendencia de anulación de los seres humanos por sumisión hacia unas creencias que las interpretan como disposiciones útiles e incluso cosificaciones. Este vídeo no sólo es un acto reivindicativo de denuncia sino también una invitación hacia la reflexión sobre nosotros mismos, sobre nuestra propia condición humana como reflejos de nuestros pasos efímeros por la vida. A veces una sombra proyectada queda mejor impresa en la memoria que la obra de un ser humano.

© Fernando Fiestas

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