Esta nueva exposición en la galería Wilkoart que da pistoletazo de salida a la temporada 2021-22 abre la puerta al eterno debate que inspira este movimiento artístico llamado Hiperrealismo cuyas fronteras siguen sin estar del todo definidas. Pues como sucede con todo fenómeno cultural aparecido hace tiempo, ha vivido su propio proceso de erosión. El Hiperrealismo nació en los años 50 en Estados Unidos como respuesta frontal contra el éxito de gran público del Expresionismo Abstracto y se planteó demostrar que el ser humano puede estar capacitado para crear manualmente fotografías con mejor resolución y estética que la mejor de las cámaras fotográficas, lo cual es tema para el debate e incluso la polémica. No obstante, este movimiento evolucionó si cabe y podemos hablar de hiperrealistas que abrazan a la vez otros movimientos y tendencias para sus debidas señas de identidad. Hay hiperrealistas impresionistas como el gran Antonio López (tal vez influido por Cézanne), Eloy Cordero o María Gabriela Díaz, los hay bimodales sin llegar a ser ambiguos como Eduardo Naranjo, Mar Esteban o Juan Layos, cercanos al Simbolismo como Vicente Herrero o Pablo de Sobrón. Sin embargo, éstas son apreciaciones personales y soy consciente de que igual ellos no se ven a sí mismos como yo los veo. Por eso, me cuido de no definirme yo mismo como hiperrealista por lo polémico de los límites del término. Me suscribo a las declaraciones del pintor ceutí Diego Canca vertidas justo antes de empezar la pandemia, y uno de los referentes actuales del Hiperrealismo actual, diciendo que los hiperrealistas no copian tan fielmente las fotos como cree el gran público. La realidad visible es tan compleja para la óptica de nuestro sentido visual que siempre va a resultar de alguna forma inasible. La toma de conciencia de estas limitaciones por encima del poderoso oficio de estos artistas es lo que me hace admirarlos tanto y desear ser un poco como ellos. Cada uno de los expositores son artistas -que no artesanos- de excelente categoría y así se constatan con estos ejemplos expuestos en esta brillante colectiva.
Viktor Motkalyuk presenta un óleo sobre lienzo concienzudamente trabajado hasta los mínimos detalles y debidamente barnizado. Su título “En la orilla del río” lo dice todo. Se trata de una vista frontal de un rio de escaso cauce repleto de piedras grandes y redondas con el que el espectador tiene la sensación de que el agua pasa por debajo de sus pies por el extraordinario realismo fotográfico de la imagen. Todo un deleite sinestésico que invita a percibir la obra con los demás sentidos.
Juan Layos nos traslada a la remota China con un tema semejante sobre la relación entre el sujeto y la otredad con una perspectiva frontal de un canal que pasa por debajo de varios puentes flanqueados por edificios colindantes. Sin prodigarse tanto en los detalles como en el cuadro del artista anterior, sus pinceladas son veladuras extensas en una composición de colores suaves que armonizan entre sí y van configurando una imagen con la misma apariencia fotográfica. Una obra sabia a tener en cuenta.
Carmela del Casar presenta un formato aún más reducido en un alargado rectángulo con una vista urbana, también con el agua como testigo transversal. Su obra “Vista de Invernees” nos invita a reflexionar sobre este déja vu del agua de un gran río que divide las orillas de una ciudad gracias al viaje de la luz sobre los colores y las formas. Algo más vaporosa y sin embargo, de potente realismo, es penetrante para la memoria del espectador, una imagen difícil de olvidar.
Por su parte, Eloy Cordero con el sugerente título “El guardián de las promesas perdidas” aporta vigencia icónica a un viejo banco carcomido con un ramo de flores silvestres atado a una de sus patas. El tratamiento de la perspectiva en picado así como la elección de los colores y algún fragmento sin acabar del todo recuerdan al mejor Antonio López, el mismo que proponía formatos inusuales para sus inmortales retratos de la periferia madrileña.
Mar Esteban apuesta por el paisaje urbano y tenemos una escena cotidiana en una calle céntrica de una de las ciudades más bellas de Europa, Praga. En esta obra, la luz que define con enorme precisión las formas de los edificios hasta el mínimo detalle representa toda la escena fragmentada. El espectador completa la refracción naranja de una luz poniente gracias a los reflejos maravillosamente trazados sobre el tranvía en su recorrido hacia la parte izquierda del formato. Bimodal porque propone dos lenguajes contrapuestos en el mismo escenario, el contraluz y la luz solar. Obra no solo para el deleite contemplador sino también para la reflexión.
Con su “Sin título”, Hortensia Martín nos propone un retrato que abarca todo el formato de un lienzo de tela gruesa sobre el que establecer un modelado de formas muy conseguido a base del procedimiento del relamido. La mirada del retratado tiene una presencia sorprendente que desborda los límites del formato rectangular.
Wilko von Prittwitz vuelve a sorprendernos con su versatilidad, esta vez nos muestra su faceta hiperrealista con dos retratos, el de Antonio López que significa la culminación del mismo icono escogido para su serie de grabados monocromos que encontraremos a la entrada de la sala; y su autorretrato con el que propone encontrarnos con nuestro niño interior, aquel gamberro que tenemos todos, propensos a realizar morisquetas en momentos de euforia incontenida. Ambas obras están hechas con técnicas diferentes: un dibujo a carboncillo en pretendido homenaje al famoso retratista Chuck Close y un óleo sobre tabla.
Jaime Valero se atreve con un tema impresionista, las gotas de agua desperdigadas en caótica distribución y armonizadas con la luz que se filtra y juega con las formas. Sin embargo, el resultado fotográfico de esta imagen titulada “Ducha en exterior” y tan banal como cualquier otra, es absolutamente sorprendente por su perfección técnica. Todo está satinado hasta el punto de que no se notan las huellas de las pinceladas ni siquiera en la zonas donde se suponen trazos espontáneos. Toda una declaración de intenciones.
Pablo de Sobrón nos aporta dos obras de temas submarinos. Junto a Jaime Valero es uno de los pintores más coloristas de los expositores. Resulta asombroso el extremo fotográfico que alcanza con uno de los temas más difíciles de representar, como es la vida en el fondo del mar. Esta mirada hacia la superficie desde las algas del coral del fondo espoleada por el título en inglés que podría traducirse como el “Callejón del pez gato” nos enseña a vivir un mundo por pocos conocido. Igualmente meritoria es su obra “Escórpora en Medas”. Acaso su obra tenga un trasfondo ecologista para la preservación de los espacios naturales amenazados.
María Gabriela Díaz nos acerca al recuerdo del maestro Joaquín Sorolla con esta niña de espalda sobre unas olas que abarcan casi todo el cuadro. Realizado sobre tela gruesa, el resultado gestáltico de la imagen al alejarnos es sorprendente, cuanto más lejos, más fotográfico resulta con su fiel reproducción del agua de la playa. “A orillas del mar” es obra que impacta y sugiere a la vez.
Vicente Herrero es pintor de sensibilidad muy diferente, acaso cercana al Surrealismo simbolista, homenajea a Picasso, precisamente un artista que llevó al arte por el camino opuesto. Composición al acrílico sobre lienzo muy apretado, ha sido realizada con aerógrafo y reglas, presenta una gran pared con una fotografía clavada de un retrato de Picasso y otra de una reproducción de “Las señoritas de Aviñón”, obra con la que precisamente Picasso cambió el rumbo de la trayectoria artística vigente en su época. Impresiona la perfección manual del trabajo, con esas canicas que parecen frágiles contrapuntos a tanta racionalidad compositiva. Otro artista a tener en cuenta.
Como conclusión, auguro una larga vida al Hiperrealismo por esa garantía de recuperar amarras con el arte tradicional que tanto admiramos y que a veces, inconscientemente, damos la espalda por preocuparnos por los criterios de avance desde la Postmodernidad hacia el reflejo de las circunstancias futuras. Siempre habrá una extensión del movimiento como mancha de aceite, y siempre habrá núcleos ortodoxos que defiendan la pureza de su ideario original. Se les admirará y agradecerá, tan centinelas ante las novedades, tan al día como todas las costumbres.
Así sea.
Texto por Fernando Fiestas