Siendo un niño tuve la suerte de iniciarme en el dibujo y la pintura de la mano de mi abuelo, Faustino de Sobrón, profesor de dibujo y pintura expulsado de su puesto tras la Guerra Civil.
Pasé mi infancia y juventud aprendiendo con él, pero en el momento decisivo de empezar Bellas Artes las experiencias y miedos familiares me aconsejaron “algo más práctico, casi nadie vive del arte”.
Licenciado en Historia, por caminos imprevistos llegué a la seguridad informática, y por fin, tras 25 años alejado, regresé de lleno a la pintura en 2018, también por casualidades improbables, aprendiendo de excelentes maestros como Jaime Valero y Salvador Antúnez.
Encontrado pues el tiempo perdido, estoy felizmente sumergido en él, con una sola condición: solo pinto lo que me emociona, lo que contiene una parte de mí, ya sea el paisaje urbano de mi ciudad, los retratos de la gente que quiero, las luces de los campos por los que paseo, o los fondos submarinos donde buceo.
Si logro transmitir algo de la felicidad que disfruto en esos ámbitos y con esas personas, habré cumplido mi objetivo.
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